miércoles, 17 de diciembre de 2008

Leyenda del Pulpo y la Rata


Cuenta una leyenda de las islas samoanas que en un viaje por el océano Pacífico iban en una canoa un búho, un caracol y una rata, cuando de repente la canoa comenzó a hundirse.

El búho escapó volando, el caracol se hundió con la canoa y la rata intentó nadar hasta la costa, sin embargo la distancia era demasiado larga.

Entonces la rata vio un pulpo y le pidió ayuda diciéndole que si le llevaba a tierra le pagaría generosamente. El pulpo accedió y fue nadando hasta la orilla con la rata sobre su cabeza. Una vez en la playa la rata saltó y rápidamente se fue hacia la tierra firme. El pulpo entonces le gritó ¿dónde está el pago que me prometiste? La rata se giró y le dijo:- Dejé un regalo en lo alto de tu cabeza.

Cuando el pulpo miró en su cabeza vio que el regalo era el excremento de la rata, y se enfadó muchísimo, tanto que dijo que si volvía a ver una rata, la mataría.

Es por eso que el pulpo tiene la tinta negra. También explica el por qué los pescadores de esas islas utilizan una caracola que se parece a una rata para pescar a los pulpos, ya que el pulpo cuando ve el cebo sale rápidamente para comérselo.

Jack A. Tobin (Islas Marshall)

viernes, 28 de noviembre de 2008

Florecillas



Una Flor



Dos Flores



Tres Flores



¡¡Coño una Seta!!



Y un Pequeño Jardín

martes, 14 de octubre de 2008

La Pequeña María

Diseñada por Fernando Mencía, Gracias!!

A la pequeña María la gustaba pasar el tiempo con su precioso gatito. A menudo se sentaba junto a él y le acariciaba suavemente. Le miraba con sus ojos azules y solía contarle sus cosas:

- Mi gatito, hoy he estado con mis amigos y les he hablado de ti. Les he contado cómo me miras con esos ojillos tan saltones y cómo mueves los bigotes de esa manera que tanto me gusta.


- Les he transmitido que de vez en cuando te gusta ir a dar un paseo, a ver el mundo que nos rodea y que cuando vuelves me cuentas con tu mirada todo lo que han visto tus ojos.

- También, les he detallado cómo te gusta pasar horas y horas jugando entre las labores de mamá, cómo entre tus patas coges los ovillos de sus mejores lanas y los deshaces en un momento y cómo, después de hacer esto, te acercas sigilosamente a ella y la miras con esa carita tan inocente, pensando que así ella no te regañará.

A María la encantaba estar con su gatito y éste la correspondía fielmente. Cuando estaba cansada o un poco triste, su gato la buscaba y se tumbaba en su regazo, se acurrucaba y movía el rabo de un lado a otro. Sus ojos decían muchas cosas, pero en estos momentos era su rabo el que hablaba con su movimiento.

Cada vez que su rabo iba y venía tenía una palabra de consuelo para María. En cada uno de estos movimientos la decía muy tierna y dulcemente: “Cuenta conmigo, María”.

María acariciaba a su gato y lo miraba. El gato ronroneaba y parecía como si esbozara una sonrisa, una sonrisa que a María la daba paz y tranquilidad, la serenaba y la hacía pasar todo su cansancio y sus penas. Se sentía bien con su gato, estaba tranquila y serena, relajada y apacible.


Con su gato en su regazo, la pequeña María cerraba los ojos y olvidaba todo, sólo se concentraba en su gato y poco a poco se quedaba tranquila, relajada y plácidamente dormida...

miércoles, 27 de agosto de 2008

Piratin

Tenía cara de bueno. Sin embargo, era uno de los piratas más temidos y espantosos de todos los tiempos. Solía surcar los mares en su pequeño navío, había cruzado el Atlántico, el Pacífico y el Índico, de norte a sur y de este a oeste.

A medida que iba abordando barcos inocentes iba haciendo acopio de los más valiosos tesoros.

Llevaba un pequeño zurrón en el que con sumo cuidado guardaba la parte del tesoro que él consideraba más valiosa. Así, en su zurrón tenía una pequeña y brillante piedra preciosa, una moneda de oro más grande de lo normal y una pluma con la que solía escribir sus hazañas logradas en un viejo y desgarbado cuaderno de Bitácoras.

La moneda de oro se la arrebató a un pirata que le doblaba el tamaño y por ella perdió su ojo izquierdo, como consecuencia de una gran lucha sobre la pasarela de su barco mientras navegaba sobre unas aguas repletas de grandes tiburones.

En cambio, la pequeña piedra preciosa fue fruto de su único amor, una hermosa damisela que encontró en una isla cuando sólo era un aventurero intrépido en busca de aventuras y cuando aún no era un temido pirata. Pero un día la dejó en su isla al partir en busca de aventuras y desde entonces nunca supo más de ella.

El resto de sus tesoros, cofres y cofres llenos de oro, joyas, armas y artilugios traídos desde el fin del mundo los tenía enterrados en diversos lugares en tierra firme pero siempre lejos de los continentes, en las islas más remotas y perdidas de los grandes océanos.

A menudo le gustaba navegar por aguas solitarias sintiendo la suave brisa del mar. Con su jersey de rayas acogiéndole, se solía sentar en la cubierta de su barco junto al mástil sobre el que ondeaba su bandera negra con la calavera y los huesos cruzados, cogía su pluma y escribía en su viejo cuaderno de Bitácoras.

Le gustaba escribir y narrar todas sus hazañas, sus aventuras y desventuras, incluso había veces que se quedaba pensando y recordando a su hermosa damisela. Era entonces cuando sacaba su gran moneda de oro y su pequeña piedra preciosa y anhelaba con gran nostalgia todo lo que le había sucedido al surcar los grandes mares y océanos que la naturaleza le había ido prestando.