miércoles, 27 de agosto de 2008

Piratin

Tenía cara de bueno. Sin embargo, era uno de los piratas más temidos y espantosos de todos los tiempos. Solía surcar los mares en su pequeño navío, había cruzado el Atlántico, el Pacífico y el Índico, de norte a sur y de este a oeste.

A medida que iba abordando barcos inocentes iba haciendo acopio de los más valiosos tesoros.

Llevaba un pequeño zurrón en el que con sumo cuidado guardaba la parte del tesoro que él consideraba más valiosa. Así, en su zurrón tenía una pequeña y brillante piedra preciosa, una moneda de oro más grande de lo normal y una pluma con la que solía escribir sus hazañas logradas en un viejo y desgarbado cuaderno de Bitácoras.

La moneda de oro se la arrebató a un pirata que le doblaba el tamaño y por ella perdió su ojo izquierdo, como consecuencia de una gran lucha sobre la pasarela de su barco mientras navegaba sobre unas aguas repletas de grandes tiburones.

En cambio, la pequeña piedra preciosa fue fruto de su único amor, una hermosa damisela que encontró en una isla cuando sólo era un aventurero intrépido en busca de aventuras y cuando aún no era un temido pirata. Pero un día la dejó en su isla al partir en busca de aventuras y desde entonces nunca supo más de ella.

El resto de sus tesoros, cofres y cofres llenos de oro, joyas, armas y artilugios traídos desde el fin del mundo los tenía enterrados en diversos lugares en tierra firme pero siempre lejos de los continentes, en las islas más remotas y perdidas de los grandes océanos.

A menudo le gustaba navegar por aguas solitarias sintiendo la suave brisa del mar. Con su jersey de rayas acogiéndole, se solía sentar en la cubierta de su barco junto al mástil sobre el que ondeaba su bandera negra con la calavera y los huesos cruzados, cogía su pluma y escribía en su viejo cuaderno de Bitácoras.

Le gustaba escribir y narrar todas sus hazañas, sus aventuras y desventuras, incluso había veces que se quedaba pensando y recordando a su hermosa damisela. Era entonces cuando sacaba su gran moneda de oro y su pequeña piedra preciosa y anhelaba con gran nostalgia todo lo que le había sucedido al surcar los grandes mares y océanos que la naturaleza le había ido prestando.